lunes, 5 de marzo de 2012

incognita

Hace un rato me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que la veía por primera vez. Hay dos catres, sillas sin patas y sin asiento, periódicos tostados de sol, viejos, clavados en la ventana en lugar de los vidrios.
Me paseaba con medio cuerpo desnudo, aburrido de estar tirado, desde mediodía, soplando el maldito calor que junta el techo y que ahora, siempre en las tardes, derrama adentro. Caminaba con las manos atrás, oliéndome alternativamente cada una de las axilas. Movía la cabeza de un lado a otro, aspirando, y esto me hacia crecer, yo lo sentía, una mueca de asco en la cara.
La barbilla, sin afeitar, me rozaba los hombros.
Después me puse a mirar por la ventana, distraído, buscando descubrir cómo era la cara de Wendy. Hasta ese momento recordé que mañana cumplo 19 años.
Me gustaría escribir la historia de un alma, de ella gustaría escribir la historia de un alma, de ella sola, sin los sucesos en que tuvo que mezclarse.
Wendy, ha sido la mezcla de dolor y emoción emparentando mi realidad, la visión hacia un futuro inexistente, la ilusión a cada paso estrechado a mí alrededor, mi pensamiento y actuación a cada movimiento.
Lo curioso es que, si alguien dijera de mí que soy un soñador, me daría fastidio. Es absurdo y tonto. He vivido como cualquiera o más a mi edad. Si hoy quiero hablar de sueños, no es porque no tenga que contar, ni un sermón. Es porque se me da la gana, simplemente.
Ella es cada vez más fría, apura los pasos a cada momento, buscando las calles entre los árboles. Tiene la cara como la inteligencia, un poco fría, oculta y sin embargo libre de complicaciones. A veces me parece que es un ser perfecto y me intimida. Solo las cosas sentimentales mías viven cuando estoy alado de ella. Tan distinta de aquellas mujeres espesas.
La realidad ha regresado a su punto, bajo su cautivadora belleza me sobresalto los problemas, Ximena ya no es motivo de preocupación. Mi verdad es la incógnita sobre mi más mencionada palabra en el día: Wendy.

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